
Vaciar una casa no es tarea fácil.
Durante el último mes he ido guardando en cajas todas las cosas que han poblado mi casa. Sin cajas suficientes para tantos trastos, mi mudanza ha sido completada con infinidad de paseos con mochilas a la espalda y bolsas en las manos. Un carrito de la compra también ha servido de transporte, pero en lugar de frutas o carne, llevaba platos y tazas, clic cloc, clic cloc.
Y, por supuesto, mis brazos, que acabaron algo polvorientos pero definitivamente más musculados.

Intenté poner orden en el empaquetado: libros aquí; ropa de invierno en esta caja; cables, enchufes, bombillas y cosas raras en esta otra…; pero los objetos son caprichosos y no todos entran donde deberían, o aparecen en el último momento haciendo que su destino sea insospechado. Así que ahora estoy rodeada de cajas, bolsas y carpetas que guardan mi vida de manera caótica, y así es como una cafetera ha acabado junto a mis libros de tipografía, y un costurero se pelea con el botiquín.

La mudanza ya está hecha.
La casa vaciada y en proceso de reforma.
Iré poniendo fotos de cómo era mi casita antes de este maremágnum, de cómo es en su etapa de metamorfosis, y espero en un futuro próximo poder poner otras en las que de nuevo se le pueda llamar casa.
Entre tanto no me extrañaría que un día de estos, cuando abra mis cajas, me encuentre una infusión de letras o un collar de aspirinas.

Recent Comments